Ante todo, mujeres, nuestras madres

29.09.2020

A que va ir por allá ¿a exponerse? Ganas de fregar, casi no llega ¿por qué se demoró tanto? No se puede quedar en la casa de su novio y si sale con él es aquí cerca al centro comercial o a comer algo, nunca se va a casar, ni que se le ocurra tener hijos. Son los comentarios y recla­mos que generalmente les hacen las madres a sus hijas con discapacidad, lo aterrador es que esto sucede con mujeres de más de 30 años, a las mujeres con discapacidad las edu­can sumisas, obedientes, les ense­ñan a pedir permiso por ejemplo: para asistir a una fiesta, un paseo o disfrutar de un día con la pareja y eso de quedarse una noche fuera de la casa con los amigos o el novio ni pensarse, lo que las obliga a inventar excusas para poder compartir con la pareja Como lo narra Rodríguez T. 2019 "El permiso, pues me pregun­taban que para donde iba, que qué iba a hacer, la excusa era que iba para la casa de una amiga, que había una fiesta, que me iba a quedar allá ". (Laura, anexo 4, p.20).

Lo mencionado ante­riormente determina la cotidiani­dad y la vida de las mujeres con discapacidad, el tener que pedir au­torización para distintas actividades como salir, que amigos frecuentar incluso sí se puede tener una pareja impiden la autonomía, la felicidad, el bienestar y la posibilidad de un proyecto de vida de estas mujeres.

Considerando que, para el desarrollo integral de cualquier ser humano es fundamental la familia, la presencia materna, por supuesto también lo es para una mujer con discapacidad; sin embargo, esta puede ser una barrera para su desa­rrollo, lo que incluye la sexualidad y su disfrute. A su vez, diferentes autoras como Moya, A. (2009) re­saltan la fuerte influencia negativa de madres y abuelas sobre las mu­jeres con discapacidad, porque en algunos casos les hacen creer que todos los hombres son malos y que se acercan a ellas es solo para hacer­les daño, lo que repercute en sus re­laciones interpersonales y afectivas especialmente con los hombres.

Lo anterior no quiere de­cir que los padres y especialmente las madres sean culpables de las condiciones de vida de las mujeres con discapacidad, aunque inciden en gran parte de estas; no obstante, son múltiples los aspectos que influ­yen en esas precarias condiciones, entre estos el desconocimiento, el miedo, sumados a los imaginarios sociales que recaen fuertemente sobre las mujeres con discapacidad, pues, validan y naturalizan prác­ticas excluyentes que le hacen un fuerte daño a estas mujeres.

Según Rodríguez T 2019 "se observa en la familia una diná­mica de infantilización de la mujer con discapacidad visual, que ancla­da en el imaginario social que con­figura al niño como ser vulnerable y requerido de protección, en especial por parte de la familia, lleva a la na­turalización y legitimación de todas las formas de regula­ción y control que se supongan necesarias para ayudar a esa mujer-niña a afron­tar sus problemas y tomar sus propias decisiones; para pro­tegerla de los peligros y violencia se­xual que como mujer-niña puedan presentársele.

Independientemente de que la discapacidad se tome como enfermedad, anormalidad o desig­nio divino, dicha infantilización, arraigada en el imaginario de mu­jer-niña vulnerable, valida y sostie­ne relaciones de dependencia y res­tricción de la autonomía, así como un amplio repertorio de modos de interacción y prácticas excluyen­tes". Esas prácticas refuerzan ideas como: La discapacidad es incapaci­dad, es limitación y no una condi­ción; la familia debe ser el principal dispositivo de control; la mujer con discapacidad requiere depender de otros para tomar decisiones; la mujer con discapacidad visual, no puede cuidar de sí misma; la con­dición identitaria de la mujer con discapacidad es su discapacidad.

En consecuencia, La rela­ción de poder y el control excesivo que ejercen los padres o cuidadores, sobre las mujeres con discapacidad son bastante fuertes y en muchos casos, impide que ellas tengan au­tonomía y puedan participar de distintos espacios con tranquilidad y seguridad. Uno de los factores que agudiza esa relación de poder y control sobre mujeres con discapacidad es la dependencia económi­ca de ellas hacia sus pa­dres lo que las fuerza a ser obedientes y niñas por siempre.

Por otra parte, la infan­tilización y sobreprotección dada a la mujer con discapacidad la aleja de las posibilidades de desear y ser deseada, así como de vivir la sexua­lidad, tener una vida en pareja y ser madres si lo desean.

Por tal razón muchas mujeres con discapacidad termi­nan frustradas, aisladas, solas, y en algunos momentos siendo cuida­doras de los adultos mayores de la familia, sin salario y lo peor sin una vida propia. Más aún, cuando ellas toman sus propias decisiones lo hacen con temor, porque no saben cómo van a reaccionar sus madres y padres; situación que les genera baja autoestima, inseguridad, fuer­te estrés y, además, les impide la posibilidad de un proyecto de vida si se desea en pareja. Igualmente, algunas mujeres con discapacidad que deciden entablar una relación afectiva con una pareja, se enfrenta no solamente a fuertes críticas de los familiares más cercanos sino también a las normas y condiciones impuestas por sus madres y algu­nos padres, puesto que se observa que en muchos hogares de estas mujeres prevalece la ausencia del papá, situación que determina el autoestima de ellas, generándoles carencias afectivas, la magnifica­ción de ciertos hechos y una sensi­bilidad extrema; como resultado, de esas normas se producen relaciones poco sanas mediadas por los celos, la posesión y los conflictos acaban­do las relaciones y en ciertos mo­mentos con los planes de vida de ellas.

En contraste, existen ma­dres de mujeres con discapacidad que les ayudan a un desarrollo ple­no, a crear independencia, autono­mía y respetándoles a sus hijas las decisiones, aciertos y equivocacio­nes; convencidas de sus capacida­des, necesidades y de la importancia de la realización personal.

Con respecto a la pande­mia las condiciones de aislamien­to, la violencia física, Psicológica y simbólica que viven las mujeres con discapacidad; así como, la vulnera­ción de sus derechos se han agudi­zado. Como lo relata María mujer con discapacidad visual baja visión, "en esta pandemia me he sentido muy triste, por los malos tratos de mi familia, me han humillado, dis­criminado, el aislamiento, el no poder salir y la situación econó­mica del país detuvo el proyecto al que pertenecía, por lo que no tengo trabajo; lo anterior, me ha obligado a estar confinada en la casa, mis fa­miliares se la pasan diciéndome que consiga un trabajo y a nosotras las mujeres con discapacidad es muy difícil que nos incluyan laboralmen­te y más ahora que ha aumentado el desempleo; igualmente, ellos me critican mis decisiones, lo que hago y me juzgan constantemente, eso me genera angustia, estrés y me siento tan mal que lloro frecuen­temente".

Preocupantemente las distintas situaciones que menciona María no son aisladas y las viven miles de mujeres con discapacidad, en sus propios hogares y de tras de la puerta, escondiendo esas agre­siones dificultando su denuncia y cualquier ayuda para estas mujeres. Agrega María quien se destaca por su esfuerzo, compromiso y bondad, "deseo ser libre, tener independen­cia, capacitarme, en este momento no tengo para pagar un plan de in­ternet y esto me lo impide, oro to­das las noches para que esto pase y volver a mi proyecto que tanto me ha enseñado, las personas con discapacidad merecemos respeto, dignidad y la garantía de nuestros derechos". De igual modo, las lar­gas cuarentenas y el prolongado aislamiento han ocasionado que la privacidad se acabe afectando la intimidad y permitiendo mayor vi­gilancia y control sobre las mujeres con discapacidad.

Por todo esto, es funda­mental ponerles límites a nuestras madres y de más familiares, con ac­ciones de resistencia desde la auto­nomía y con responsabilidad; tam­bién, enseñarles que nos respeten, que nos permitan arriesgar, equivo­carnos, tomar decisiones, explorar la sexualidad, en conclusión, vivir.

Además, es urgente for­talecer redes de apoyo, participar activamente en distintos escenarios y contarles a otras mujeres como nosotras nuestras experiencias y logros, así como a personas sin discapacidad resaltando siempre que antes de una discapacidad so­mos mujeres.


Por: Tatiana Yelena Rodríguez Mojica